En la última cena del Partido Justicialista, Jesucristin proclamó: "Uno de ustedes me traicionará". Todas las miradas se posaron en Pablo Massa, un antiguo adversario de los cristinistas que se había convertido en seguidor de la Mesías. Sin embargo, él rechazó la acusación y señaló a Judas Jaldo, quien había visitado varias veces el templo de Jerusalén para votar a favor de las leyes de los senedrines, Israelitas aliados o, mas bien, subordinados a los Romanos.
La discusión se tornó acalorada hasta que Jesucristin intervino: "Tranquilos, compañeros, coman y beban estos alimentos que he multiplicado para ustedes". Durante la cena, anunció su candidatura a legisladora por la tercera sección de Nazaret, lo que puso nervioso a Pedro Kicillof, quien soñaba con ser su sucesor cuando ella se retirara de la vida pública.
A la salida, alertados por la candidatura por algún traidor, los soldados romanos persiguieron a Jesucristin y la arrestaron. También llevaron a Pedro Kicillof al templo del Sumo Sacerdote, donde le preguntaron si conocía a la acusada. Pedro la negó tres veces.
Mientras tanto, Judas Jaldo recibía monedas de oro y una autorización para exportar limones a Estados Unidos por delatar a la Mesías.
Jesucristin fue enjuiciada por corrupción, acusada de fingir milagros que, según sus detractores, eran meros trucos de magia para desviar fondos del Estado. Ella se defendió, proclamando su inocencia: "Se vengan de mí por multiplicar los panes, por hacer caminar a los jubilados, por destruir las mesas de los mercaderes, por ser heredera de Néstor Juan el Bautista y, sobre todo, por declararme la Reina".
Numerosos cristinistas acudieron a Poncio Pilato Milei para suplicar su intervención y liberar a Jesucristin. Sin embargo, presionado por los saduceos de la Corte Suprema romana y por el Sumo Sacerdote Caifás Magneto, junto a su aliado Anás Macri, Pilatos se lavó las manos, dejando vía libre para la condena.
Jesucristin fue crucificada junto a los ladrones Dimas Báez y su hijo Gestas, a quienes perdonó sus pecados. Ante la multitud que se agolpaba en apoyo a la Mesías, un soldado romano llamado Patricio Bullrich le clavó una lanza en el costado, de donde brotó agua.
El cuerpo de Jesucristin fue llevado a un edificio en el Barrio de Constitución. Sin embargo, gracias a un milagro de Dios, resucitó y salió al balcón para saludar a la muchedumbre, que no podía creer lo que veían sus ojos.
Hoy, cientos de personas peregrinan diariamente y esperan horas para ver a Jesucristin, aunque sea por un instante. Mientras tanto, sus apóstoles peronistas llevan su palabra por el mundo, enfrentando persecuciones y un desafío colosal por delante.
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