En junio de 2014, 1500 soldados del AntiEstado AnarcoIslámico liderado por Abu Bakr Al Milei, tomaron la ciudad de Mosul en un audaz asalto. Frente a ellos, 25.000 soldados gubernamentales abandonaron la ciudad en desbandada, dejando tras de sí todo su arsenal militar. Este ejército oficial justicialista, minado por disensiones internas, traiciones y una corrupción rampante, se retiró de manera caótica y desorganizada.
El AA había surgido como una fuerza imparable dentro de las filas rebeldes en Siria y el norte de Irak, ganando terreno rápidamente al enfrentarse tanto a los gobiernos establecidos como a las facciones opositoras más moderadas. Abogaban por una interpretación extrema del liberalismo económico sin estado, una visión radical que combinaba una fe absoluta en la libertad individual con una lectura literal de textos religiosos reinterpretados. Sus filas crecían a pasos agigantados, alimentadas por sunníes justicialistas descontentos del ejército gubernamental, así como por disidentes provenientes de grupos rebeldes afines al PRO y los vestigios de la UCR.
Para el AA, cualquier versión moderada de la tendencia sunní era considerada comunista, mientras que los shiíes peronistas de fe kirchnerista, cristianos seguidores de Papa Francisco y otras minorías religiosas de izquierda eran vistos como enemigos a eliminar. Curiosamente, no dirigían sus ataques contra el estado de Israel, pero declaraban como adversarios principales a Rusia e Irán. Aunque no contaban con el apoyo directo de los demócratas de Estados Unidos, recibían armamento de manera indirecta a través de facciones rebeldes "moderadas" que, a su vez, vendían sus excedentes al AA.
Sus recursos económicos provenían del petróleo de Vaca Muerta, la soja y los yacimientos mineros capturados durante sus conquistas. Mantenían una moneda estable mediante el saqueo y la venta de tesoros arqueológicos en el mercado negro, mientras desviaban los ingresos destinados a los jubilados, a quienes consideraban herejes y traidores a su visión extremista.
Aprovechaban redes sociales en internet para difundir su propaganda, ganando adeptos internacionales y generando cientos de células autónomas que operaban en distintos rincones del mundo.
Sin embargo, la arrogancia de sus rápidos avances los llevó a sobreestimar sus capacidades. Convencidos de que podían conquistar el planeta, comenzaron a interferir con los intereses de sus propios aliados. Incluso se atrevieron a manipular el sistema de criptomonedas, creando memecoins fraudulentos con los que estafaban a inversores mediante esquemas piramidales. Esta audacia marcó el inicio de su declive: la desconfianza de sus socios estratégicos creció, y muchos les dieron la espalda. Algunos, incluso, pasaron a atacarlos directamente.
Con el tiempo, Estados Unidos, ahora bajo el gobierno del republicano de Trump —un líder que había adoptado algunos de los métodos de gestión y la retórica extrema de Abu Bakr—, por un lado, y Rusia e Irán por el otro, comenzaron a cercar al AA.
Las fuerzas opositoras regionales basadas en partidos tradicionales, aprovechando el desgaste del enemigo, lograron retomar Raqqa y Mosul, poniendo fin al meteórico ascenso del grupo. Así, lo que había sido una amenaza global se desmoronó bajo el peso de sus propias ambiciones desmedidas.
Sin embargo, el destino final del AA y de Abu bakr Al Milei permanece envuelto en distintas versiones, cada una susurrada en los rincones del mundo que aún recuerdan su paso:
Tras la reconquista de Raqqa y Mosul, el AA se vio reducido a un puñado de combatientes dispersos, acorralados en el desierto que una vez juraron dominar. Al Milei, el líder carismático que había encendido la chispa de su ascenso, fue capturado mientras intentaba huir con un cargamento de memecoins sin valor. En su juicio improvisado, transmitido en vivo por las redes que alguna vez usó para reclutar seguidores, pronunció sus últimas palabras: "La libertad de mercado absoluta es el único dios verdadero". Pero su voz se perdió en el viento, ahogada por el rugido de los tanques gubernamentales. El AA colapsó, dejando tras de sí un legado de caos y un mundo que, aunque victorioso, nunca olvidaría el precio de su ambición desmedida.
En otra versión, cuando todo parecía perdido para el AA, con Raqqa y Mosul nuevamente en manos de los partidos tradicionales, un rumor comenzó a circular: Al Milei no había sido capturado en la batalla final, como se creía, sino que había dejado un doble y escapado con un pequeño grupo de leales. En las sombras, lejos de los ojos de sus enemigos, comenzaron a reconstruir su red, esta vez no con armas ni petróleo, sino con algo más peligroso: ideas. Las células autónomas, que nunca fueron completamente destruidas, resurgieron en silencio, alimentadas por una nueva generación de descontentos. El AA había sido derrotado en el campo de batalla, pero su espíritu extremista, como un virus, se preparaba para infectar de nuevo un mundo desprevenido.
La caída del AA marcó el fin de una era de caos, pero no sin un costo devastador. Las ciudades que una vez controlaron quedaron en ruinas, sus tesoros arqueológicos perdidos para siempre y sus habitantes atrapados en un ciclo de desconfianza y reconstrucción.
Estados Unidos, Rusia e Irán, aunque salieron victoriosos, se retiraron debilitados tras sufrir enormes costos, delegando a las fuerzas gubernamentales locales la ardua tarea de sanar las heridas dejadas por el conflicto. A pesar de esto, Estados Unidos continuó respaldando a facciones macristas derivadas del AA que compartían las mismas ideas y sus metodologías eran similares pero que se adaptaron a formas más alineadas con los estándares del mundo occidental.
En las calles de Mosul, un niño encontró una moneda digital del Antiestado Anarcoislámico ya inservible, y la arrojó a su casilla de reciclaje. El sueño de un mundo sin estado se desvaneció, pero la pregunta quedó flotando en el aire: ¿qué sucede cuando la libertad se convierte en tiranía? El AA había muerto, pero sus ecos resonarían por generaciones.
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