En el año 1455, el rey Enrique VI Milei de Argentina, sentado en su trono en la corte de Buenos Aires, recibe noticias que estremecen los pilares de su reino. Mensajeros exhaustos, con capas raídas por el viento y empapadas de sudor, irrumpen en el salón real, sus rostros demacrados reflejando la urgencia de sus palabras. Informan que el Banco Central, en un acto de pura desesperación, ha arrojado mil millones de dólares al mercado para sostener una moneda local que se desmorona como arena entre los dedos.
Al otro lado de la frontera, Brasil, su eterno rival, ha devaluado su divisa, desatando una tormenta económica que azota las tierras del sur. Los recortes brutales en el gasto público, impuestos por el rey con mano implacable, han resultado insuficientes: las arcas reales yacen vacías, incapaces de soportar los intereses de una deuda externa que se alza como un gigante oscuro sobre el trono. El ministro de economía, Luis "Toto" Caputo de Suffolk, un hombre de rostro anguloso y mirada esquiva, se retuerce las manos, incapaz de domar el caos que se avecina.
Para colmo, desde las sombras del Instituto Patria, la ex reina Cristina, destronada pero nunca silenciada, lanza un nuevo dardo envenenado. Un pergamino mordaz, transportado por palomas mensajeras, llega a la corte con un insolente "Che, Milei" garabateado al inicio, seguido de una cascada de críticas caóticas y humillantes que resuenan como carcajadas crueles entre los nobles reunidos, sus ecos rebotando en las paredes de piedra.
Abrumado por el peso de las calamidades, Enrique VI Milei sucumbe. Sus ojos se velan, su voz se extingue y cae en un trance catatónico, inmóvil como una estatua tallada en mármol frío. En el torbellino del caos, su hermana, Karina de Anjou, se alza como un faro de determinación. Con mirada acerada y puño firme, toma las riendas del reino, flanqueada por su consejero, Santiago Caputo de Warwick, un hombre de ingenio cortante y ambición sin fin. Juntos, gobiernan Argentina con una mezcla de audacia y cálculo, desafiando las tormentas que rugen a su alrededor.
Mas las intrigas tejen su red. Mauricio Macri de York, un noble astuto y de voluntad férrea, señor de las tierras del norte, huele la oportunidad en el aire cargado de crisis. Desde su fortaleza en las colinas, exige a Karina espacios de poder a cambio de su respaldo para negociar un nuevo préstamo con el Fondo Monetario Internacional, una entidad venerada y temida, cuyos emisarios dictan destinos desde torres lejanas. Atrapada entre la necesidad y la sospecha, Karina cede con renuencia. Con la mediación de Mauricio, el oro fluye nuevamente a las arcas reales, ofreciendo un respiro fugaz.
Pero el destino, caprichoso y cruel, da un vuelco. Cuando Enrique VI Milei despierta de su letargo, con la mente aún nublada pero el fuego renacido en su pecho, descubre que Karina ha tejido una red de poder a su alrededor. En un golpe audaz, ella aparta a Mauricio de los dominios que había reclamado. La traición prende la mecha de la guerra. Mauricio, con los ojos encendidos de furia, forja una alianza con Santi Caputo de Warwick, quien abandona a Karina, seducido por promesas de riquezas y títulos. Juntos, alzan un ejército y marchan contra las fuerzas leales a Milei. Ambos contendientes se identificarán con rosas de distinto color. La rosa amarilla para las tropas de Mauricio de York. La rosa violeta para las fuerzas de Enrique Milei de Lancaster.
La batalla de St. Alban estalla bajo cielos plomizos, un choque de acero y sangre sobre campos empapados por la lluvia. Las huestes de la odiada Patricia Bullrich de Somerset y su lugarteniente Luis Petri combaten con ferocidad bajo el estandarte de Milei, pero son doblegadas por la astucia y el número de los hombres de Mauricio. Capturada, Patricia enfrenta un destino tan cruel como grotesco: es encerrada en un tonel de vino, donde, según las crónicas susurradas por trovadores, sobrevive milagrosamente. Su cuerpo genera branquias entre las uvas fermentadas, un mito que perdurará en las canciones. Luis Caputo de Suffolk, desacreditado y humillado, huye al exilio, buscando refugio en una de las tantas propiedades sin declarar al fisco del barón Ritondo, un aliado en la oscuridad.
Mauricio de York, victorioso, se proclama Lord Protector, relegando a Enrique VI Milei a un trono vacío, un rey de paja bajo su yugo. Pero Karina no se rinde. Huye a Córdoba, donde encuentra asilo entre los nobles peronistas de tendencia negociadora pero antikirchneristas, una facción astuta y apasionada. Con un ejército forjado en Carlos Paz y en las costas uruguayas de Punta del Este, inicia la contraofensiva, resuelta a reclamar su legado. En las llanuras del sur, sus fuerzas, inflamadas por el fervor peronista tradicionalista, aplastan a las de Mauricio en un combate épico. Acorralado y sin escapatoria, Mauricio cae bajo la espada de un soldado anónimo y su ambición es extinguida en el fango.
Enrique VI Milei, restaurado en el trono, y Karina de Anjou, su mano derecha, gobiernan un reino maltrecho pero tenaz. La paz, sin embargo, es un espejismo. Santi Caputo, eterno oportunista, halla un nuevo campeón: Victoria Villarruel, condesa y lider de la cámara de lores e hija adoptiva de Mauricio de York.
En la sangrienta batalla de Towton, Victoria derrota a los hermanos Milei y se ciñe la corona. Enrique Milei es encadenado, y Karina huye una vez más. Caputo, erigido en hacedor de reyes, saborea el poder desde las sombras. Bajo su mando tiene a todas las fuerzas de espionaje e inteligencia.
Pero Victoria Eduarda IV no admite rivales. Tras desposar a Isabel de la familia Woodville, una dama de belleza hipnótica y ambición feroz, comienza a desplazar a Santi Caputo. Enfurecido, este se alía nuevamente con Karina de Anjou y, tras un combate fugaz, derroca a Victoria Eduarda, devolviendo el trono a Enrique VI Milei. El triunfo es efímefo: Victoria reagrupa sus fuerzas, aniquila a las de Caputo y lo mata en el campo de batalla. Su reinado florece hasta que una fiebre, fruto de un banquete desmesurado, la lleva a la tumba.
Sus hijos adoptivos, Ignacio Torres (conde de Santa Fe) y Maximiliano Pulllaro (conde de Chubut), deberían heredar la corona, pero el hermanasto de Victoria, Ricardo Espert, los traiciona. Encerrados en la Torre de Londres y declarados ilegítimos, desaparecen en las tinieblas de las mazmorras. Ricardo III Espert se autoproclama rey, pero su corona carece de sostén. Desde el sur emerge Enrique Axel Kicillof, duque de la provincia de Buenos Aires, quien reclama el trono por linaje vinculado a Enrique Néstor Kirchner III y Cristina IV. Con un pequeño ejército, desembarca en Avellaneda, sumando a su causa gobernadores e intendentes peronistas y radicales, hartos del desorden.
En la batalla de Bosworth, Ricardo III Espert cae. Según un Shakespeare criollo, en su agonía y derribado de su corcel, clama: "¡Mi reino por un Domingo Cavallo!"; antes de ser rodeado y ultimado por lanzas enemigas. Enrique Axel VII Kicillof se corona rey y, para sellar la paz, desposa a una hijastra de Mauricio de York y le cede una intendencia a un sobrino de Enrique Milei, uniendo las casas en pugna y clausurando la Guerra de las Dos Rosas Argentinas.
Mas los problemas persisten y su gobierno no estará libre de obstáculos. Lord Máximo, hijo de Cristina y lider de la orden templaria La Cámpora, junto a figuras como Pichetto, Massa y Lali Espósito, alzan sus propias banderas, reclamando derechos al trono. Los ecos de la guerra reverberan por décadas, sembrando las semillas de futuras rupturas: el cisma entre la Iglesia Católica y los protestantes, y la guerra civil del siglo XVII, capítulos que los cronistas aún habrían de escribir con tinta amarga.
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