miércoles, 11 de mayo de 2016

El último rey de Argentina



En una lluviosa noche del 25 de Mayo de 1810 salía al balcón del Cabildo de Buenos Aires acompañado de Cornelio Saavedra, Manuel Belgrano y Mariano Moreno. Unas mil personas con paraguas, pilotos plásticos y botas de lluvia saludaban nuestra salida, aplaudían, tocaban sus bombos, sus trompetas, los negros bailaban, los vendedores vendían choripan y empanadas calientes. Minutos antes se había producido la partida del Virrey Español Cisneros en helicóptero hacia su exilio.

Levantando las manos como el General Perón saludaba a la muchedumbre hasta que me animé y tomé el micrófono para dar un discurso improvisado. Se produjo un tenso silencio de la gente esperando con ansiedad la conformación de un gobierno propio por primera vez en la historia. Comencé mis discurso: “Compañeros! En el día de hoy este cabildo, en un hecho revolucionario, ha formado un nuevo gobierno y se ha decidido que yo sea su Rey. Este papel indica que por herencia yo soy hijo de madre real inca y padre aristrocrático español. ¡Soy su legítimo Rey!”

Mientras expresaba mi discurso blandía un papel y que se deterioraba rápidamente bajo la lluvia. Los primeros en sorprenderse, alarmarse y acercarse fueron Mariano Moreno, un jacobino republicano furioso y Cornelio Saavedra, celoso de su poder militar. Mientras Manuel Belgrano trataba de contener a French y Beruti que me querían boxear.

La gente estaba furiosa. Y cuando quise mostrar mi papel la tinta se había corrido y no se entendía nada lo que decía. Pasé de ser un dudoso rey legítimo a la nada misma. Por lo tanto, viéndome acorralado, decidí escapar como un full back de rugby con un balón en la mano. Logré descolgarme del balcón y huir hacia el subte A.

Por suerte llegó un subte, esos de los antiguos trenes de madera. Como tenía calzas amarillas del siglo XIX, una camisa blanca colonial y zapatos negros brillantes comencé a ser acosado sexualmente por algunos borrachines desesperados. Intenté escapar como pude cruzando de vagón en vagón, mientras el subte se movía caóticamente a una velocidad increíble lo que hacía muy difícil controlar los movimientos.

Al llegar a la cabina del motorman me encontré con los metrodelegados Segovia y Dellacarbonara, quienes me indicaron que suba por una puerta de emergencia que me llevaba al techo y finalmente a la Avenida 9 de Julio. Me dieron esta información simplemente porque los gobiernos de Buenos Aires en general le hacían la vida imposible a la hora de negociar paritarias salariales anuales.

Llegué a mi casa al amanecer, todo mojado, sucio y con la frustración de no poder mostrarle al pueblo que yo era su rey. Encendí la televisión y me puse a ver un documental sobre mi breve reinado, el gobierno monárquico más corto de la historia de la humanidad. Un grupo de diez panelistas de espectáculo comentaban mis defectos y mis nulas virtudes politicas.

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