En una lluviosa noche del 25 de Mayo de 1810 salía al balcón
del Cabildo de Buenos Aires acompañado de Cornelio Saavedra, Manuel Belgrano y
Mariano Moreno. Unas mil personas con paraguas, pilotos plásticos y botas de
lluvia saludaban nuestra salida, aplaudían, tocaban sus bombos, sus trompetas,
los negros bailaban, los vendedores vendían choripan y empanadas calientes.
Minutos antes se había producido la partida del Virrey Español Cisneros en
helicóptero hacia su exilio.
Levantando las manos como el General Perón saludaba a la
muchedumbre hasta que me animé y tomé el micrófono para dar un discurso
improvisado. Se produjo un tenso silencio de la gente esperando con ansiedad la
conformación de un gobierno propio por primera vez en la historia. Comencé mis
discurso: “Compañeros! En el día de hoy este cabildo, en un hecho
revolucionario, ha formado un nuevo gobierno y se ha decidido que yo sea su
Rey. Este papel indica que por herencia yo soy hijo de madre real inca y padre
aristrocrático español. ¡Soy su legítimo Rey!”
Mientras expresaba mi discurso blandía un papel y que se
deterioraba rápidamente bajo la lluvia. Los primeros en sorprenderse, alarmarse
y acercarse fueron Mariano Moreno, un jacobino republicano furioso y Cornelio
Saavedra, celoso de su poder militar. Mientras Manuel Belgrano trataba de
contener a French y Beruti que me querían boxear.
La gente estaba furiosa. Y cuando quise mostrar mi papel la
tinta se había corrido y no se entendía nada lo que decía. Pasé de ser un
dudoso rey legítimo a la nada misma. Por lo tanto, viéndome acorralado, decidí
escapar como un full back de rugby con un balón en la mano. Logré descolgarme
del balcón y huir hacia el subte A.
Por suerte llegó un subte, esos de los antiguos trenes de
madera. Como tenía calzas amarillas del siglo XIX, una camisa blanca colonial y
zapatos negros brillantes comencé a ser acosado sexualmente por algunos
borrachines desesperados. Intenté escapar como pude cruzando de vagón en vagón,
mientras el subte se movía caóticamente a una velocidad increíble lo que hacía
muy difícil controlar los movimientos.
Al llegar a la cabina del motorman me encontré con los
metrodelegados Segovia y Dellacarbonara, quienes me indicaron que suba por una
puerta de emergencia que me llevaba al techo y finalmente a la Avenida 9 de
Julio. Me dieron esta información simplemente porque los gobiernos de Buenos
Aires en general le hacían la vida imposible a la hora de negociar paritarias
salariales anuales.
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