Ayer soñé que escuchaba por la radio que en Petrogrado,
Rusia, había arrancado la revolución. Empecé a armar mi bolso colocando en
ellas elementos que para mí eran básicos para la revolución: cigarrillos, una
birome, el celular y el cargador, papel higiénico, linterna y varios calzoncillos por las
dudas de que en Rusia no hubiera bidet.
Llamé a mi vieja y le dije que viajaba para Rusia, el zar
estaba por caer y Lenin me llamaba para combatir en la primer revolución obrera
de la historia que seguramente sería exitosa. Pero mi mamá me pidió que
previamente le vaya a llevar algo de dinero pues todavía no había cobrado la
jubilación. Este pedido retrasaba mi partida pero lo debía hacer porque primero
está mi vieja y luego la revolución.
Me fui a tomar el colectivo pero en 1917 “los bondis”
todavía no se habían inventado. Me contacté con Uber, empresa de autos de
transporte de lujo, para hacer los treinta kilómetros que separaban mi casa de
la de mi madre pero cientos de tacheros incendiaban su casa matriz. Decidí, por
lo tanto, viajar en un viejo tren como trabajador golondrina y luego de varias
horas de viaje pude llegar al hogar de mi madre.
Le dí la plata a mi vieja y le dije que me iba a Rusia a
hacer la revolución. Mi mamá me dijo que me abrigue porque en Rusia hacía frío.
Pero como era joven no le dí importancia a sus consejos y me fui con lo mínimo
Me fui caminando y en la medida que marchaba el viento se
hacía helado. En la ruta me crucé con figuras humanas congeladas de ejércitos napoléonicos,
fuerzas armadas suecas del siglo XVIII, tropas tártaras, endurecidas por el hielo dejando esas formas
humanas en las mas desopilantes posiciones, entre ellos un húsar francés que se
había congelado orinando o un mariscal sueco que se había quedado duro por el frío imitando a un mimo.
Como todo sueño la marcha se hizo infinita y cuanto mas
rápido intentaba caminar mas frío tenia y mas lejos estaba el destino. Hasta
que decidí tomar el sueño en mi poder y me fabriqué una moto de nieve
arrastrado por unos osos polares con los cuales llegué a Petrogrado.
Estaba ansioso de llegar, de ser testigo activo de la
revolución, de escuchar los discursos de Lenin y ver los ejércitos de Trotsky. Pero
al llegar me encontré con un cartel que indicaba: “Bienvenidos a San
Petesburgo”. Pensé que era una confusión y seguí viaje. Hasta que en medio de
una avenida solitaria los osos polares dejaron de caminar distraídos por un
tacho de basura. Me bajé, esperando quizás que desde una esquina aparecieran
las muchedumbres de trabajares revolucionarios que iniciaban su lucha con sus banderas y sus fusiles.
Pero la sorpresa fue inmensa cuando al mirar hacia un
costado estaban el ex presidente de EEUU Bill Clinton y el ex mandatario de Rusia Boris Yeltsin que se “morían” de risa. “ay, que
idiota! La revolución terminó!”. Desde el otro lado un grupo de niños me
empezaron a lanzar cascotes del muro de Berlín y yo, sin pantalones y con unas
medias blancas por motivo desconocido, no tuve otra opción que correr antes de
ser linchado. ¡La puta que lo parió, llegué tarde a la revolución!.
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